En una noche de resaca, sueño que me encuentro en unas galerías subterráneas con algunos familiares. La puerta está custodiada por cuatro niños realmente monstruosos. Tres son muy pequeños, y el cuarto se parece mucho al niño que hacía volver loco a Judas en la película La Pasión de Cristo, de Mel Gibson. Tenemos que cruzar la puerta. Les digo a mis familiares que corramos a toda prisa para atravesarla de un salto (¡!) y evitar así caer en manos de los niños. Si uno de ellos -especialmente el más malo- logra cogerte, te muerde la cabeza y te la arranca a pedazos.
Casi inmediatamente después, me encuentro encima de una estructura circular excavada en pleno bosque; una especie de pozo en las montañas y sin agua. Necesito descender por el interior del agujero para llegar a la planta de abajo, pero ésta está custodiada por animales de granja. Todos parecen inofensivos, excepto una cabra montesa que no sólo me impide bajar, sino que además intenta ascender a la planta superior dando cornadas. Yo le respondo con patadas en la cabeza y en sus pequeños cuernos.
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